En este libro, Laura vuelve otra vez por sus fueros para entablar un diálogo con Marcel Schwob, en cuyas imágenes irreales el francés había percibido la esencia de su obra. Se trata de llevar a la historieta algunas de aquellas Vidas imaginarias que lo hicieron acreedor a un notable elenco de admiradores, en las que este otro ser-isla no puso en pie «un realismo irreal», como sectores de la crítica han sancionado, sino una fastuosa construcción sustentada por los juegos de la apariencia, como certeramente le he visto defender a nuestro Enrique Vila-Matas, otro virtuoso de este comportamiento, que se refirió a Schwob como «el hombre incapaz de distinguir entre lo falso y lo verdadero, refugiado siempre en el arte, el gran estimulante de la vida, que sabe convertir la apariencia en esencia, la forma en fondo, y logra que se acepte la falsedad como la verdad más honda y más potente, más jubilosa también».

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Laura y Schwob, en una relación a través del tiempo que viene de antaño, se han dado cita en estas páginas para atisbar el misterio que per se alberga la vida de una máscara cualquiera y para sumirnos en el mundo desterrando toda clase de hábitos y adornos, fieles al proceder de que, tras tantas manifestaciones brillantes del dibujo y de la narración como nos han precedido, quizá la única cosa que podemos hacer en estos tiempos de descripciones fuertes y relatos débiles, es dibujar bien y escribir bien, poniéndonos peligrosamente en suerte una vez más.